viernes, 30 de septiembre de 2016

Un mal día

Pablo se levantaba a las 6 de la mañana siempre, religiosamente cumplía su rutina, nunca se quedaba dormido, y gracias a ello nunca llegaba tarde al trabajo.
Sin embargo, todo cambió aquella fatídica mañana de julio.
El despertador sonó a las 6, se levantó, fue al baño, se cambió. Prendió la TV para ver la temperatura y el tránsito y agarró su vianda de la heladera para guardarla.
Pablo vivía sobre una avenida, y para ir a trabajar tenía que tomar un sólo colectivo, cuyo servicio era bastante malo, porque la frecuencia era baja. Sabía que si seguía su rutina y respetaba los horarios, llegaría a tomar el que pasaba generalmente a las 6:30 para llegar a su oficina a las 7, pero esa mañana esto no pasó. Salió de su casa y encaró para la parada del colectivo, la que quedaba a módicos 150 metros. Cuando le restaban 100 metros para llegar a la parada se desesperó. Vio a 4 colectivos de la línea que tenía que tomar juntos, una rareza, intuyó inmediatamente que si no llegaba a subir a alguno debería esperar 30 minutos para que viniese el próximo, con lo que llegaría tarde a su trabajo. Comenzó a correr desesperadamente, y a medida que avanzaba iba viendo como el primer colectivo se iba de la parada, luego el segundo, posteriormente el tercero y casi al llegar a la zona de detención estaba el cuarto. Le faltaban 15 metros, ya estaba ahí. Extendió su brazo para hacerle señas al chofer y con prisa corrió aún más rápido hacía la puerta delantera del bus, el cual había comenzado a andar lentamente. El chofer lo vio, pero decidió ignorarlo y acelerar. Pablo perdió el colectivo y, como había presumido, llegó a su oficina a las 7:30.
El jefe de Pablo sabía que él cumplía con su horario y era un excelente trabajador, pero no le dejó pasar la llegada tarde. Lo apercibió ni bien llegó.
Pablo pasó el resto de su jornada laboral de mal humor, triste y enfurecido. Sentía injusto que lo hubiesen reprendido por algo que no era responsabilidad suya.
Al retornar a su casa, su mujer lo recibió afectuosamente, como siempre, pero él seguía enfrascado con lo que le había sucedido, por lo que la trató mal. Discutieron, se pelearon fuerte y en voz alta, inclusive cuando llegó Mateo, el hijo de ambos.
Mateo se puso a llorar, Pablo y su esposa se dijeron cosas que nunca se habían dicho antes. Todos se fueron a dormir sin cenar y habiéndola pasado muy mal.

¿Moraleja?: ¿Qué evento del día de Pablo habría cambiado esta catarata de situaciones malas? ¿Que hecho, de haber sido manejado de forma distinta, hubiese generado un vuelco de 180° en su día con tan sólo tener un poco de buena predisposición y solidaridad con otro miembro de la sociedad?

¿Qué hay que aprender de esto? Que nuestras acciones tienen consecuencias en las personas, y que siempre tenemos que ser conscientes que una buena acción seguramente desencadene otra buena acción y viceversa, las malas desencadenan malas. Vivimos en una sociedad, y si siempre buscamos salvar nuestro culo, terminaremos con el mismo roto, porque la vida es un círculo, y siempre es preferible que ese círculo sea de buenas cosas y no de malas.
Compórtense como se debe con el resto de la sociedad, somos todos iguales, todos seres humanos, no traten de cagarle la vida a la gente, ni siquiera de forma involuntaria. ¿Estás enojado por algo? Medita, hace yoga, no se, pensá y reflexioná, pero no le vuelques tus frustraciones a terceros.